viernes, 9 de mayo de 2008

la trapecista y el payaso


El circo luso es conocido por la gran destreza de todos sus componentes. Hombres y mujeres con toda una vida dedicada al mal llamado mundo del espectáculo. Realmente, es una filosofía que requiere toda una vida, desde la más temprana edad, de entreno y dedicación. Las cualidades de los artistas lusos superan con creces a la de la mayoría de atletas y deportistas, pero van mucho más allá que la mera superficie física.

Vodjka era la mejor trapecista que recordaban los sabios ancianos envejecidos dignamente. Sus acrobacias fluían como el aire entre las ramas cercanas de un río de gran caudal. Cual cuento Kafkiano, su pericia era debida a que desde que cumplió la temprana edad de 7 años, justo cuando empezó a tener un sentido suficientemente desarrollado del equilibrio, había vivido siempre encima del trapecio. Comía y dormía encima de la madera. El hecho se complicaba en los traslados del circo en su constante viaje por el mundo. En tren, en barco, en su remolque, siempre iba encima del trapecio. Pero tanto sacrificio se veía sobradamente recompensado por la belleza embriagadora que sentía todo el mundo al verla danzar entre los trapecios.

Hobo, el payaso del circo, un día más fue a visitarla durante los entrenos de mediodía. Estaba maravillado por las acrobacias y la ligereza firme que siempre desprendía Vodjka. Pero ese día Hobo se subió al otro trapecio. A diferencia de todos los demás trapecistas, Vodjka realizaba su espectáculo sola. No necesitaba ningún sustento al otro lado del trapecio. Por eso se sorprendió al verlo.

El payaso estaba más cómico que nunca intentando aguantar el equilibrio. No era un número ensayado, era simple patosidad y formaba parte de su naturaleza. A Vodjka le hizo gracia la intentona de su compañero, y ante su sorpresa, consiguió mantenerse en equilibrio a pesar de sus grandes zapatos y evidente falta de práctica. Cuando Hobo consiguió por fin estabilizarse, alzó su semblante serio maquillado y miró fijamente a Vodjka. Los dos sabían perfectamente lo que estaba pasando. Sin mediar palabra, el payaso empezó a balancearse cada vez más seguro y pronunciado. Vodjka al principio no hizo nada, pero al ver la seguridad aparente de su compañero empezó también a mover su trapecio.

El triple salto mortal. El único ejercicio que Vodkja nunca había realizado al no tener a nadie que la sujetara en el otro trapecio. Pero la firmeza de Hobo le inducía confianza. Parecía que lo había hecho tantas otras veces... cuando realmente era la primera vez que se subía a un trapecio.

Dentro de la cabeza de Hobo se reproducía el movimiento del triple salto mortal con exactitud y seguridad. Pero cuando Vodkja hizo ademán de tomar impulso para saltar, su simulación mental empezó a desviarse por otras lindes. El escote de la trapecista tenía una nueva perspectiva desde esa altitud.

Vodjka notó esa desconcentración. Empezó a dudar de la capacidad de Hobo para realizar el ejercicio. Parecía que la confianza de cada uno dependiera de la confianza que le depositaba el otro. Y así es el mundo del circo, sobretodo en el trapecio, que viene y va como el bailar pendular de un gran reloj de salón que marca el paso del tiempo mediante unas marcas inventadas por el hombre. Segundos, horas, semanas, años, lustros, siglos, milenios, eras,... todo sueño. Pero en un instante el payaso se reafirmó y miró más fijamente a la trapecista. No había marcha atrás. O caer, o el calor del aplauso del público no asistente.

Vodjka saltó y voló por la carpa del circo tan alto y espléndidamente como nunca lo había hecho. Hobo tensó sus músculos preparándose para la recogida. La trapecista fluyó entre el aire y se cogió firmemente a las manos del payaso con una leve caricia. Los dos se quedaron balanzeándose sin inmutarse durante un buen rato, cogidos el uno al otro. Vodjka todavía colgaba de las manos del payaso cuando sin mediar palabra, éste empezo a soltarla levemente. A Vodjka le empezó a entrar pánico al ver acercarse el suelo. Tantos años sin pisarlo habían hecho crecer una barrera difícil de asimilar. Pero Hobo tenía claras sus intenciones. Quería devolver al suelo a la trapecista, del lugar del que nunca tendría que haber salido. Ver la belleza de sus ejercicios, no era excusa para privarle de una vida repleta de experiencias. Quería que ella misma juzgara que prefería.

A pesar de que la trapecista doblaba su cuerpo para evitar el contacto con el suelo, finalmente se culminó el aterrizaje. Sintió una sensación extraña. Se notó unida a algo firme, sin colgar pendiente de un hilo, y se quedó tranquila, reflexiva, asimilando las sensaciones que recorrían todo su cuerpo. Al cabo de unos minutos el payaso también bajó lentamente de su trapecio. Todo el rato la miraba fijamente. Soñaba llevarla a un prado verde bajo la sombra de un gran pino. Las dos miradas se cruzaron. Vodjka con expresión de incertidumbre, Hobo con curiosidad y entrega.

Todo fue un suspiro. Mientras los trapecios seguían tambaleándose por la inercia, la trapecista dio un salto atrás tal cangrejo y volvió a colgarse. Se quedó quieta, callada, asimilando todo lo percibido pero teniendo claro su lugar original. Hobo no dijo nada y salió lentamente de la carpa levantando polvo con sus zapatos y sin mirar atrás.

2 comentarios:

insomnia dijo...

ohhhh. reconozo muchos detalles en esta historia. es como si a cien mil años luz alguien me la hubiera susurrado al oido para que conciliara el sueño. veo que a usted le gusta combinar muchos elementos al azar y conjugar historias. pues bien, ábrase paso entre el polvo, sin mirar atrás, y con una sonrisa de payaso y el mundo se doblegara sobre si mismo para abrírsele paso con una gran reverencia.
gracias caballero por tan entrañable, dulce y melancólica historia!
pero recuerde, sea cauto, guarde siempre en su mano una piedra, un papel con algo escrito, y una tijera.
no lo olvide ...

insomnia dijo...
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