domingo, 13 de abril de 2008

breve historia de los sueños

Los sueños en la historia antigua

El interés en los sueños es sin duda más antiguo que la historia misma. Las excavaciones en la vieja Nínive recuperaron en la Biblioteca Real de Asurbanipal (668-627 a. de C.) una gran colección de libros de sueños en tabletas de arcilla con inscripciones cuneiformes, algunas de ellas de hasta el año 5000 a. de C. Para babilonios y asirios, los espíritus de los muertos eran responsables de los sueños, cuya influencia podía conjurarse con la ayuda de Mamu, la diosa de los sueños.

Los egipcios, por el contrario, veían en sus sueños la acción de los dioses que, a través de ellos, solicitaban penitencia, advertían al durmiente de peligros inminentes o respondían a sus interrogantes. A lo largo de todo el antiguo Egipto se construyeron serapeums, el más famoso de ellos en Menfis hacia el año 3000 a. de C.; estas edificaciones eran templos dedicados a Serapis, su dios de los sueños, y en ellos trabajaban profesionales de la interpretación onírica. La incubación de sueños, inducidos en estos templos, era una práctica común. El papiro Chester Beatty, que data de la XII Dinastía (1991-1786 a. de C.), documenta el simbolismo egipcio para diferentes sueños.

En la vieja China los sueños se atribuían a reflejos del alma del soñador, quien se separaba temporalmente de su cuerpo para comunicarse con las almas de los muertos. Durante los sueños el sujeto era particularmente vulnerable, ya que si algo impedía la reunión de cuerpo y alma podría tener consecuencias fatales. La separación de cuerpo y espíritu durante los sueños se describe también entre los patanis de Tailandia, los bantúes de África central o los esquimales de Quebec.


“El sueño”. Dalí, 1937. De acuerdo con Dalí, el acto de dormir es una especie de monstruo sostenido por las muletas de la realidad: "El sueño es una monstruosidad porque cuando duerme, el hombre es capaz de los crímenes más horribles".


Los libros vedas de la historia temprana de la India (1500 a 1000 a. de C.) contienen listas de sueños favorables y sueños desfavorables. Estos últimos podían contrarrestarse con diferentes rituales y baños de purificación. El Atharvaveda, del siglo V a. de C., contiene un capítulo sobre los sueños proféticos.

Los templos de Asclepio o Esculapio, dios de la sanación, la verdad y la profecía, abundaban en Grecia y el Imperio romano, y llegaron a ser más de 600. En ellos se practicaba la incubación de sueños, con la convicción de que un sueño en lugar sagrado tendría particular potencial profético o terapéutico. Los griegos facilitaban los sueños mediante aislamiento, oración, ayuno o automutilación. También ayudaba dormir sobre la piel de un animal sacrificado o cerca de las tumbas de los héroes. Sobreviven aún muchas inscripciones griegas que registran detalles sobre las curas de sueños.

En sus escritos, Hipócrates (460c.-375 a. de C.) resaltó la relación entre la posición de los astros y la condición corporal en el momento de un sueño. En los Diálogos, Platón (c. 428c.-348 a. de C.) narra cómo Sócrates (c. 470-399 a. de C.) desde su prisión le refiere a Crito el que habría de ser uno de sus últimos sueños y que el venerable filósofo interpretó como la llegada de su muerte al tercer día, como de hecho habría de ocurrir. Platón, en el noveno libro de La república asegura: 'En todos nosotros, inclusive en los hombres más buenos, existe una naturaleza de animal salvaje que se asoma en los sueños'. Aristóteles (384-322 a. de C.) le dedicó al tema de los sueños tres de sus libros y esgrimió, en De divinatione per somnum, lo que habría de ser una de las primeras críticas a la tan difundida práctica de la oniromancia. 'La mayoría de los sueños llamados proféticos pueden clasificarse como meras coincidencias' afirmó, y el hecho de que ciertos animales inferiores sueñen descarta su supuesto origen divino. Para Aristóteles, los sueños podrían servir de indicadores del estado somático, ya que al perderse la influencia exterior sobre la conciencia cuando se duerme, la atención se enfoca en las sensaciones internas.


'Yo no creo estar soñando ahora,

sin embargo, no puedo probar que no sea así'.

Bertrand Russell


Según Herodoto (c. 484c.-420 a. de C.) en su Tratado de Historia, Creso (?546 a. de C.), rey de Lidia, benefactor del oráculo de Delfos y conocido por su proverbial riqueza, fue incapaz de impedir la muerte de su hijo, a pesar de un explícito sueño premonitorio. Los sueños de entonces cambiaron sin duda el curso de la historia. Relata Herodoto que Astíages (siglo VI a. de C.), último rey de los medas, casó a su hija con un persa para escaparse del oráculo funesto que le trajo un sueño. Mas luego, cuando ella estaba encinta, el Rey soñó que su primer nieto dominaría toda Asia, por lo que mandó matarle cuando éste apenas era un recién nacido. Buscaba así evitar que su reino quedara en manos persas, pero el muchacho, que habría de pasar a la historia como Ciro el Grande (c. 580c.-529 a. de C.), sobrevivió gracias al cuidado de un pastor y luego dirigió el levantamiento persa que relegó a los medas al pasado. Más tarde, Ciro soñó con Darío (550-486 a. de C.), que entonces era apenas un adolescente, y a quien en sueños vio en forma de un ser alado, con una de sus alas sobre Europa y la otra sobre Asia; por ello, tuvo certeza 'más allá de cualquier posible duda' de que él, que no estaba en la línea directa de sucesión, habría de heredar su reino.

Pero la historia sucesiva de sueños proféticos persas habría de fallarle a Jerjes (c. 519-464 a. de C.), hijo de Darío, a quien tres sueños consecutivos enviaron a la conquista de Grecia, un hecho que se convertiría en el comienzo del declinar de este poderoso imperio. Artabano (?464 a. de C.), asesor de Jerjes, trató de disuadirle denotando la inconveniencia de confiar en sueños, hasta que la misma imagen que acosaba al rey se le apareció en sus sueños y le hizo cambiar de parecer. Esta historia tiene un final trágico, ya que Artabano habría de asesinar a Jerjes y, a su vez, morir a manos de Artajerjes, el hijo de éste.


Otro presagio ineluctable narrado por Herodoto fue el de Polícrates (565-522 a. de C.), el tirano de Samos que llegó al poder tras asesinar a sus dos hermanos; su hija soñó en la víspera de su último y nefasto viaje con el cuerpo de su padre expuesto al sol y la lluvia. Polícrates moriría crucificado a manos de Oroetes.


En De divinatione del orador, estadista, poeta y hombre de leyes Marco Tulio Cicerón (106-43 a. de C.), se encuentra una fuerte crítica a la difundida práctica de la adivinación de sueños, que parece no haber tenido eco incluso hoy, dos milenios más tarde. La Oneirocritica de Artemidoro, constituida por cinco libros escritos en el siglo II, habría de convertirse en el verdadero precursor de una larga lista, que aún no ha concluido, de manuales para la interpretación onírica. El mérito de Artemidoro radica en la detallada taxonomía de los sueños, clasificada por él en cinco categorías: los oráculos con mensajes divinos (oraculum), los sueños simbólicos (visio), las fantasías (somnium), las pesadillas (visum) y la ensoñación diurna (insomnium).


En Vidas paralelas, el libro de relatos biográficos de la nobleza griega y romana de Plutarco (c. 46c. 120), abundan los relatos de sueños. Así, Mitrídates VI el Grande (120-63 a. de C.), rey de Ponto, tras oponerse al dominio romano sobre la península de Anatolia, soñó una noche a orillas del Éufrates que era víctima de un naufragio. Pero no fue de mucha utilidad el augurio, ya que al despertar de su pesadilla se encontró con las tropas de Pompeyo en el umbral de su campamento. Tampoco, según Plutarco, logró Calpurnia evitar el asesinato de su esposo Julio César (c. 100-44 a. de C.), a pesar de soñarse sosteniendo su cadáver la víspera misma de su muerte, ese fatídico idus de marzo del 44 a. de C.

“El sueño”. Picasso

Se ocupan también de los sueños los romanos Lucrecio (siglo I a. de C.), en su largo poema De rerum natura, y Suetonio Tranquilo (c. 69-c. 122), quien detalla dos sueños premonitorios de César Augusto en De vita Caesarum, libro biográfico de los primeros 11 césares. Y, según Edward Gibbon (1737-1794), en su extenso tratado histórico Auge y caída del Imperio romano, el emperador Constantino el Grande poco después de su conversión al cristianismo recibió en sueños la instrucción de inscribir en los escudos de sus soldados el símbolo cristiano de la cruz, el cual habría de acompañarle en innumerables victorias.


La jerarquía onírica de Artemidoro se mantendría en el medioevo en el Somnium Scipionis del filósofo y gramático latino Macrobio (c. 375-c. 425) y de su contemporáneo Calcidio. Para este último, los sueños podían provenir bien de la divinidad y constituir auténticas revelaciones o bien de procesos interiores, como los sueños 'racionales' o 'pasionales', que clasificaba como experiencias oníricas mundanas. Los preceptos aristotélicos y neoplatónicos de Macrobio y de Calcidio se mantendrán incólumes durante más de 10 siglos.


Sueños y religión

En el Antiguo Testamento se describe, entre otros, el sueño de la escalera al cielo de Jacob que, se presume, ocurrió en lo que hoy es Bethel, al norte de Jerusalén, y en el cual Jehová prometió a sus descendientes la tierra palestina. Encontramos, asimismo, los sueños proféticos del faraón, descritos también en el Corán, cuyo contenido de vacas gordas y vacas flacas fue interpretado por José. Y el de Nabucodonosor, opresor del pueblo judío durante el cautiverio en Babilonia, detalladamente descrito en el libro de Daniel. En contraste, los evangelios no mencionan sueño alguno de Jesucristo, pero sí, en el Evangelio de Mateo, los de San José, quien recibió en sueños la visita de un ángel que le anunció primero el nacimiento de Jesús, luego la necesidad de huir a Egipto y, más tarde, la conveniencia de regresar a su tierra natal.

La tradición de sueños cristianos fue continuada por San Agustín (354-430), quien se refiere a los sueños en su Carta IX y, en particular, en el Libro III de sus Confesiones, relata el sueño de su madre, Santa Mónica, la cual recibió un claro mensaje divino que le indicaba que su hijo, por entonces de conducta disipada, encontraría el sendero de la fe. Para el Santo de Hipona, tanto las revelaciones como los sueños 'inferiores', en los dos extremos del espectro onírico, eran poco ambiguos, mientras que los sueños intermedios eran no sólo más comunes sino también más enigmáticos en su interpretación.


La vida de Gregorio Magno (c. 540-604), el Papa que dio nombre a los cantos gregorianos, está matizada de sueños, demoníacos unos y divinos los otros. En el Libro IV de sus Diálogos, obra traducida durante el medioevo a las principales lenguas vernáculas europeas, incluido el castellano del siglo XIV, abundan las anécdotas oníricas y las discusiones teóricas sobre los sueños.


Santo Tomás de Aquino (c. 1225-1274), siguiendo la tradición dicotómica medieval, atribuía la causa de los sueños a factores internos como los humores corporales o las preocupaciones, o a factores externos como la temperatura, la posición de los astros, los demonios o Dios. Con esta lógica tomista, inobjetable, afirma en su Summa Theologica que conocer algunos aspectos del futuro es una propiedad del intelecto, y al verse éste, durante el sueño, privado de las distracciones del sensorio, mejora su capacidad predictiva.

En la época de la Reforma, la dificultad para diferenciar mensajes demoníacos y divinos llevó a Martín Lutero (1483-1546) a rogar a Dios que no se comunicara con él en los sueños.


El Talmud, texto sagrado judío escrito entre los años 600 y 200 a. de C., dice que un sueño sin interpretar es como una carta sin leer. El Corán, libro sagrado de los musulmanes, es producto de los sueños, pues a través de ellos se reveló al profeta Mahoma (c. 570632), quien a partir de los 40 años fue visitado en numerosas veces por Gabriel, en ocasiones durante el sueño y a veces mientras se encontraba en trance. La interpretación de los sueños era práctica común en el mundo islámico y preislámico.

El propio Mahoma interpretaba los sueños de sus discípulos a quienes interrogaba cada mañana. El Profeta se oponía, sin embargo, a la utilización de los sueños con fines adivinatorios. El Tabaqat alMu'abbirin, del siglo XI, es el libro árabe de los sueños.


Los sueños en la última mitad del milenio

Para Descartes (1596-1650), la diferencia entre la vigilia y los sueños consiste en que la memoria no puede unir los sueños entre sí ni ellos con las otras experiencias de nuestra vida, mientras que sí lo logra con los eventos ocurridos cuando estamos despiertos, de manera que da coherencia a nuestras vidas. La glándula pineal desempeñaba para Descartes un papel esencial en los sueños, junto con las impresiones almacenadas en la memoria. Precisamente a través del simbolismo onírico, en una noche de noviembre de 1619, Descartes percibió el universo como racional, constituido todo él por eventos simultáneos y sucesivos enlazados por sus causas y sus efectos.

Para Thomas Hobbes (1588-1679), en el Leviatán, los sueños se debían a la 'intemperancia de las partes internas'. Los sueños afirma, no son otra cosa que el trabajo de la imaginación; la ignorancia para reconocerlos como tales fue la principal razón de que los antiguos adoraran sátiros, ninfas y faunos. Si lográramos quitarles a los seres humanos el temor supersticioso a los espíritus y la creencia en sueños premonitorios y en falsas profecías, les haríamos más aptos para la obediencia civil, dice el filósofo.


El prolífico pensador inglés Bertrand Russell (1872-1970) escribió: 'Es obviamente posible que lo que nosotros denominamos vida consciente sea tan sólo una inusual pesadilla persistente'. También afirmó: 'Yo no creo estar soñando ahora, sin embargo, no puedo probar que no sea así'. Siguiendo las reflexiones cartesianas, Russell observó que los hechos de la vigilia presentan ciertas uniformidades, mientras que los de los sueños son erráticos.


Un ejemplo de cómo en un sueño puede encontrarse la solución a un problema es el narrado por August Kekule (1829-1896), químico alemán que investigaba la estructura del benceno. En sus sueños vio una serpiente que se comía su propia cola y pudo así deducir la estructura anular de esta molécula orgánica. Otto Loewi (1873-1961), el fisiólogo alemán que descubrió la función neurotransmisora de la acetilcolina y, por ende, demostró que la comunicación interneuronal se realiza mediante mensajeros químicos (premio Nóbel en 1936), también refiere haber tenido la inspiración de alguno de sus experimentos cruciales en un sueño.


Asimismo, una inspiración onírica originó Kublai Khan, poema del inglés Samuel Coleridge (1772-1834), y la historia del Doctor Jekyll y Mister Hyde, escrita por el escocés Robert Louis Stevenson (1850-1894). El violinista Giuseppe Tartini (1692-1770) aseguró haber recibido la inspiración de su Sonata del trino del diablo en un sueño en el que el mismo Satanás interpretaba la melodía.


Sueños y literatura

Escritores de todos los tiempos han utilizado el tema de los sueños como instrumento de expresión literaria. En La Ilíada, Homero (siglo IX a. de C.) refiere cómo Agamenón recibió en sueños la visita de un mensajero de Zeus, que le indicó el camino que debía seguir. En La Odisea, una mensajera de Palas Atenea se aparece en sueños a Penélope para augurarle el sano retorno de su hijo Telémaco, pero rehúsa contarle la suerte de Ulises, su esposo. Ya al final de la obra, el propio Odiseo (Ulises) interpreta para Penélope el sueño de victoria sobre los numerosos pretendientes que la acechan, pues suponen éstos que su marido ausente ya no regresará.


Encontramos presagios derivados de los sueños en los dramas de Esquilo (c. 525-456 a. de C.), Aristófanes (c. 445c. -386 a. de C.) y Eurípides (480-406 a. de C.). En el monólogo inicial de Ifigenia in Tauris, escrito por Eurípides, la protagonista relata un sueño desfavorable que presagia la muerte de su hermano Orestes. En Electra de Sófocles (c. 495-406 a. de C.), Crisotemis, hija del difunto Agamenón, cuenta a su hermana Electra los sueños terroríficos de su madre, Clitemnestra, agobiada por la culpa de haberse casado con Egisto, quien ahora usurpa tanto el trono de Micenas como el lecho conyugal.


En el Libro IV de la Eneida de Virgilio (c. 7019 a. de C.), el protagonista sueña con Mercurio, quien le insta a levar anclas en medio de la noche; así, Eneas despierta a sus marinos y remeros para emprender la huida de Troya en la oscuridad. Y es otro sueño el que lleva a Eneas a escoger el sitio para fundar a Lavinium, cuna de la cultura latina.


Los sueños son un elemento esencial en la literatura heroica de la Edad Media, en particular, en La saga del Santo Grial, La novela de la rosa, El sueño del viejo peregrino, El sueño del pastor o en el poema épico La canción de Rolando.

En el Canto IX de El Purgatorio de Dante (1265-1321), se otorga especial valor al hecho de soñar con un águila de plumas doradas por ocurrir al amanecer, 'cuando la mente es peregrina de la carne, menos cautiva de sus pensamientos y sus visiones son casi divinas'.

Troilo y Criseida, obra del siglo XIV escrita por el inglés Geoffrey Chaucer (c. 1340-1400), autor de los albores de la lengua inglesa y enterrado en una cripta del 'rincón de los poetas' de la Abadía de Westminster, contiene una larga y elocuente discusión sobre el tema de la interpretación de los sueños. Chaucer concluye dicha discusión con la frase: 'O that a creature with a noble mind / Like man, should trust in garbage of the kind'. Otra de sus obras, The House of Fame, comienza con una profunda discusión sobre los interrogantes comunes entre los tratadistas de sueños de la antigüedad.


En Julio César de Shakespeare (1564-1616), tal como está narrado en la obra de Plutarco, un sueño premonitorio de Calpurnia, esposa de César, no logra cambiar los designios del destino fatal. El mismo autor nos ofrece otros ejemplos de presagios funestos en las pesadillas de Enrique IV y Ricardo III, así como en los sueños que acosan a Romeo en la víspera de la fiesta de máscaras, donde debe enfrentarse por vez primera con esa, su última aventura amorosa. En complicidad con el destino, su amigo Mercutio se niega a escuchar el sueño de Romeo, pues dice que los sueños no son más que el producto de un cerebro desocupado sin otras opciones que recurrir a la fantasía vana.

Para John Milton (16081674), en su extenso poema El paraíso perdido, Eva recibió la primera tentación de Satanás en sueños.

En la literatura castellana de esos tiempos conviene mencionar Los sueños, de Francisco Gómez de Quevedo y Villegas, y La vida es sueño, de Pedro Calderón de la Barca. En esta última obra, el engañado Segismundo cuyos versos abren este ensayo, reflexiona constantemente sobre las relaciones entre la realidad consciente y el mundo de los sueños: '¿que quizá soñando estoy, / aunque despierto me veo? / No sueño pues toco y creo / lo que he sido y lo que soy'.


Pasando a otras lenguas y latitudes, los sueños ocupan un lugar destacado en la obra del místico Tolstoi (1828-1910); baste recordar las descripciones detalladas de las enigmáticas ensoñaciones de Pierre y de su sobrino Nicolás en Guerra y paz. Al final de este libro, el príncipe Andrés, convaleciente de las heridas de una batalla, forcejea en sueños con la muerte, la cual pocos días más tarde ha de salir victoriosa.

El tema de los sueños aparece como una obsesión compulsiva en la obra de García Márquez (1927). Las vivencias fantasiosas que se gozan o se sufren al soñar aparecen en sus libros como un puente de límites confusos entre la abrumadora realidad cotidiana, tantas veces tediosa, y la otra existencia paralela, de premoniciones ineluctables y de superstición triunfante. Ya en sus primeros pasos en el mundo de la ficción, recopilados en el libro Todos los cuentos, García Márquez deja ver su interés onírico en el título Amargura para tres sonámbulos y en las pesadillas que preocupan a los personajes de La otra costilla de la muerte y La tercera resignación. En Ojos de perro azul, también cargado de alusiones a los sueños, el autor destaca a alguien que no parece soñar: 'Eres el único hombre que al despertar no recuerda nada de lo que ha soñado'.

A la aún joven Úrsula Iguarán en Cien años de soledad, 'el alba la sorprendía en el patio sin atreverse a dormir, porque soñaba que los ingleses con sus feroces perros de asalto se metían por la ventana del dormitorio y la sometían a vergonzosos tormentos con hierros al rojo vivo'.


Las pesadillas atormentan a los hermanos Vicario en Crónica de una muerte anunciada. Tres días después de acuchillar a Santiago Nasar, los gemelos no han tenido un momento de descanso reparador, porque 'tan pronto como empezaban a dormirse volvían a cometer el crimen'. Los sueños recurrentes aparecen en El Coronel no tiene quién le escriba en forma de envolventes telarañas, mientras que para el padre Delaura, en Del amor y otros demonios, el sueño repetitivo consistía en un paisaje invernal español con una hilera de álamos que bordeaban el río.

El valor de los sueños como presagio del futuro y como mecanismo de adivinación se observa en El rastro de tu sangre en la nieve: '...Desde que aprendió a hablar instauró en la casa la buena costumbre de contar los sueños en ayunas, que es la hora en que conservan más puras sus virtudes premonitorias', que nos recuerda la ya citada alusión al mismo tema en La divina comedia. Eréndira, la cándida, soñaba 'que estaba esperando una carta', la cual nunca supimos si llegó. Y en las primeras páginas de Crónica de una muerte anunciada, los presagios de tragedia se intuyen ya en los sueños de las que serían últimas noches de Santiago Nasar. En esta misma obra se afirma también que los sueños son susceptibles de interpretación certera 'siempre que se los contaran en ayunas'.


Es posible ver en esta recopilación de temas oníricos en la historia y la literatura el interés que los seres humanos hemos mostrado siempre hacia esas vivencias que denominamos sueños. Incluso los sujetos cuya forma de actuar es más rígida, de libertad más constreñida y de oportunidades más limitadas, para salirse de sus esquemas cotidianos de callada desesperación, pueden enfrentar en los sueños un mundo lleno de colorido, sin las ataduras de la monotonía o las limitaciones que nos imponen la temporalidad, la lógica o la cinética. Hasta qué punto estas experiencias tienen un significado más profundo que el simple resultado de los juegos aleatorios de nuestros circuitos neuronales, es un interrogante que seguirá inquietando a los estudioso.

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