Así que B.S. ha reflexionado sobre el sueño, ¨la vida aparente, una especie de novela prolongada¨. Ha captado perfectamente la paradoja del sueño, que puede ser placer intenso, exento, sin embargo, de sensualidad real: en el sueño no hay ni color ni gusto.
Los sueños son recuerdos o combinaciones de recuerdos: "Los sueños no són más que la memoria de los sentidos". Semejante a una lengua que se elaborara tan sólo a partir de ciertos signos escogidos, de restos aislados de otra lengua, el sueño es un relato desmoronado, hecho de las ruinas de la memoria. B.S. lo compara a una reminiscencia de la melodía, de la que sólo se tocaran algunas notas, sin añadir la armonía. La discontinuidad de lo soñado se opone al baño del sueño, y esta oposición se refleja en la misma organización de los alimentos; algunos son somníferos: La leche, la volatería, la lechuga, la flor de azahar, la manzana reineta (comida antes de acostarse); otras despiertan los sueños: las carnes negras, la liebre, los espárragos, el apio, las trufas, la vainilla; son alimentos fuertes, perfumados o afrodisíacos.
B.S. convierte el sueño en un estado marcado, incluso podría decir viril.
(Roland Barthes, en ¨El susurro del lenguaje¨, leyendo a Brillant-Savarin)
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