viernes, 4 de abril de 2008

el sueño

El apetito recuerda al sueño en que es a la vez memoria y alucinación, razón por la cual, por otra parte, quizá sería mejor decir que se emparenta con el fantasma. Cuando me apetece una comida, ¿acaso no me imagino a mí mismo comiéndomela?. Y, en esa imaginación predictiva, ¿no está todo el recuerdo de nuestros anteriores placeres?. Soy exactamente el sujeto constituido de una escena venidera cuyo único actor soy yo.

Así que B.S. ha reflexionado sobre el sueño, ¨la vida aparente, una especie de novela prolongada¨. Ha captado perfectamente la paradoja del sueño, que puede ser placer intenso, exento, sin embargo, de sensualidad real: en el sueño no hay ni color ni gusto.

Los sueños son recuerdos o combinaciones de recuerdos: "Los sueños no són más que la memoria de los sentidos". Semejante a una lengua que se elaborara tan sólo a partir de ciertos signos escogidos, de restos aislados de otra lengua, el sueño es un relato desmoronado, hecho de las ruinas de la memoria. B.S. lo compara a una reminiscencia de la melodía, de la que sólo se tocaran algunas notas, sin añadir la armonía. La discontinuidad de lo soñado se opone al baño del sueño, y esta oposición se refleja en la misma organización de los alimentos; algunos son somníferos: La leche, la volatería, la lechuga, la flor de azahar, la manzana reineta (comida antes de acostarse); otras despiertan los sueños: las carnes negras, la liebre, los espárragos, el apio, las trufas, la vainilla; son alimentos fuertes, perfumados o afrodisíacos. 

B.S. convierte el sueño en un estado marcado, incluso podría decir viril.

(Roland Barthes, en ¨El susurro del lenguaje¨, leyendo a Brillant-Savarin)



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